sábado, 6 de febrero de 2010

Circuncisión femenina: un ritual que mutila a dos millones de niñas cada año

Se calcula que unas 130 millones de mujeres han padecido distintos grados de mutilación en 28 países del Africa negra, algunas naciones del Medio Oriente y también en comunidades de Paquistán, Indonesia y Malasia.

Sólo tres dólares y el enorme peso de una primitiva tradición cultural arrastraron a Amira y a Warda a una muerte absurdamente prematura. Amira Mahmoud Mohamed tenía cuatro años y Warda Hussein el-Sayyed, tres. Las niñas, de la región de Armant, una población en el encantador valle del Nilo, murieron desangradas en manos de un médico que las sometía a la circuncisión femenina, una práctica que sólo en Egipto afecta a 3600 niñas por día, según datos no oficiales de organismos de derechos humanos.

Cada año, dos millones y medio de niñas y adolescentes pasan a integrar el numeroso grupo de mutiladas, a un promedio de cinco por minuto.

Resistencia a los cambios

Pese a la presión ejercida por diversos organismos, fundamentalmente occidentales, para poner fin a esta práctica, la circuncisión femenina está muy lejos de ser erradicada.

Aunque la ablación está formalmente prohibida en los 26 países africanos firmantes de la Declaración de Addis Abeba, en ninguno de ellos se registraron progresos: la mutilación se sigue practicando fuera de los alcances del control sanitario estatal.

Verdaderas amputaciones

Según las sociedades a las que pertenezcan, las niñas son sometidas a distintas formas de ablación. La OMS reconoce cuatro estadios: el tipo I, conocido como sunna y que constituye la forma menos severa, consiste en la remoción de la punta del clítoris; el tipo II implica la escisión del clítoris en su totalidad, seguida por la aplicación de huevo u otra sustancia adhesiva para favorecer la cicatrización; el tipo III consiste en la remoción del clítoris y del labio menor, y el IV, conocido como circuncisión faraónica, añade a la anterior la escisión de la parte interna del labio mayor. Luego, la herida es suturada dejándose un pequeño orificio, de medio centímetro de diámetro, para permitir el paso de la orina y más tarde del flujo menstrual.

Esta infibulación produce un gran daño en los genitales externos de la mujer, ricos en vasos sanguíneos, lo que afecta seriamente no solamente su capacidad para sentir placer sino que le acarrea graves complicaciones de orden ginecológico.

La ablación más radical constituye aproximadamente el 15 por ciento de las operaciones que se realizan en África, pero es la práctica más usual en Somalia y Sudán, donde el 82 por ciento de las mujeres sufren esta intervención. La operación masculina equivalente consistiría en la remoción del pene, de sus cuerpos cavernosos y de parte de la piel del escroto.

Aunque muchas de las mujeres circuncidadas pertenecen al culto islámico, el ritual no tiene vinculación con la religión.

Así como el origen de la mutilación se pierde en el tiempo, las razones para hacerla se insertan en la ignorancia, la superstición y la dominación masculina. Muchos de los defensores de la circuncisión femenina sostienen argumentos tales como que garantiza la pureza de las mujeres, asegura la higiene, hace dóciles y sumisas a las niñas, preserva el buen juicio de la mujer, diferencia lo femenino de lo masculino, evita el crecimiento desmedido del clítoris, hace fértiles a las mujeres e impide comportamientos promiscuos.

Los pocos intentos que se han realizado para eliminarla legalmente fracasaron. La OMS apuesta a combatir el ritual con información dirigida a jóvenes y líderes locales y religiosos con capacidad para influir en sus ámbitos de pertenencia. Tal vez ése sea el mejor camino, pero inevitablemente lento: se estima que hasta la erradicación de esta práctica tres generaciones de mujeres habrán sido víctimas de ella.

La ceremonia

En la vastedad africana, cada región ejecuta distintos rituales de iniciación sexual, generalmente caracterizados por una actitud estoica del iniciado ante el dolor. Las chicas, que suelen esperar el día con expectación y entusiasmo, son preparadas psicológicamente por sus mayores para superar la prueba con valentía. Llegado el día del rito, las jóvenes suelen ser amarradas para que no se muevan, se pronuncia una breve oración y se realiza la intervención, que las chicas deben soportar en silencio si no quieren deshonrar a sus padres.

En la mayoría de los casos no se usan anestésicos ni instrumental quirúrgico y los cortes, generalmente desgarradores, se realizan con elementos cortantes caseros o con piedras afiladas. En las suturas se emplean fibras vegetales. La herida se cubre con una cataplasma de plantas medicinales para contener la hemorragia y ayudar a la cicatrización.

En algunas tribus, como los cognagui, de Guinea, las chicas deben bailar tras la intervención para demostrar que no sienten dolor. La ceremonia concluye entre 24 y 48 horas después, lapso durante el cual las "nuevas mujeres" no comen ni beben.

Testimonio

Waris Dirie nació en Somalia, en una familia nómada que vagaba por la planicie en busca de alimento. Ignora su edad, pero decidió que podría ser 34. Cuando tenía aproximadamente 5 años su madre la condujo a la oscuridad del desierto, le pidió que no luchara y dejó que una mujer gitana le extirpara el clítoris. Después, la cosieron con espinas de plantas y le ataron las piernas, para evitar que la herida se abriera, durante los siguientes cuarenta días.

"Un día mi madre me dijo: mañana es el día para el gudniin. Yo estaba esperando ese día con ansiedad. Quería ser como las demás chicas, pero también estaba nerviosa porque había visto a mi hermana sufrir cuando se lo hicieron.

"Mi madre me levantó temprano, cuando todavía era de noche. La mujer que lo hizo sacó una hoja de afeitar y cortó. Yo podía ver sobre ella la sangre seca de otras chicas a las cuales había mutilado. La hoja no tenía filo, por lo que tuvo que cortar y cortar. Podía escuchar mi carne desgarrándose. Tomó mucho tiempo. Mi madre me había dicho que no dolería. Me puso un palo en la boca y me dijo que tomara su mano. Desde ese día, aprendí lo que es el dolor, pero si no lo hubiera hecho habría sido muy vergonzante para mi familia. Nunca me hubiera podido casar".

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